¿Qué ocurre cuando,de estar mucho tiempo pegado a los libros, practicamente esnifando tinta, pasas a no hacer absolutamente nada? ¿Cuando tu cerebro se inactiva y pasas a ser una
forma de vida inferior, una especie de ameba que sólo respira porque ya está
programada para ello…?
Pues ocurre que, en las pausas para fumar que se permite el
mono-que-toca-los-platillos que ahora ocupa tu cráneo, piensas.
Piensas porque de repente tienes tiempo para ello.
Yo he pensado hoy, mirando que el calendario dice que me quedan pocas semanas
para llegar al cuarto de siglo, en las veces que me he sentido satisfecha en la
vida.
Y seguramente sean muchas más, pero se me han ocurrido dos.
Podrían pensar que ocurrieron cuando terminé la carrera, o
el día del MIR… Pero no.
Lo de ser médico es algo que aún no logro creerme… Quizás sea porque en el fondo tengo miedo de no
saber hacerlo. De no poder evitar ir por ahí levantando a los pacientes de sus camas para
echarme yo porque la sangre me marea, en lugar de salvando vidas o cortando
piernas, o esas cosas que se supone que tendré que saber hacer.
No bromeo, esto de ir por las plantas desmayándome me ha
pasado durante toda la carrera… Casi recuerdo más las galletas y los zumos de
las salas de enfermería que los propios quirófanos.
Tal vez debí tomarme en serio aquello y huir cuando aún
estaba a tiempo… Pero no lo hice. Por algo sería. Supongo que al final lo haré
bien… O eso espero.
Lo segundo, lo de la satisfacción al salir del MIR, eso no
existe. Es una mentira.
Más bien sales como una especie de zombie que no sabe ni por
donde caminar, o qué dirección tomar cuando atraviesa el umbral de la puerta
tras la que se supone le espera la libertad.
Más bien sales con la mirada perdida, en automático, a encontrarte con una familia o amigos que te
rodean encantados, te aplauden, te chillan, felices por ti, porque al fin has
acabado. Porque saben que te lo has currado.
-¿ Y qué tal ha ido?
- Ehh… ah… no sé..
- Da igual, ¡eres libre! ¡Vamos a por unos cubatas!
Y el caso es que ni siquiera meses más tarde te sientes del
todo satisfecho; en medicina siempre es así.
Porque ahora toca la elección. Después será el primer día,
después la primera guardia, después tu primer paciente, ese que es solo pa´ti…
En fin, que no se acaba nunca.
Así que ahora
procederé con las dos situaciones en las que yo, personalmente, me he sentido
realmente satisfecha.
La primera no es ninguna sorpresa, fue hace casi un año, el
día que terminé Línea 6… Ninguna obra
maestra, por supuesto, pero íntegramente mía.
No es más que una sucesión de palabras con y sin mucho
sentido que desde entonces ha ido fracasando estrepitosamente en cada concurso
literario al que la he presentado. Pero dicen que la esperanza es lo último que se pierde, así que
cada vez que ocurre me digo: Algún día (aunque sea de mi bolsillo y en la librería
del salón de mis padres ) habrá un ejemplar impreso. Y tendrá las páginas amarillas y un fuerte olor a
polvo.
La segunda vez que me sentí satisfecha fue el día que
desatasqué un WC yo sola.
Sé que puede resultar extraño que en casi veinticinco años
recuerde ésta como una de mis hazañas
más autosuficiente; pero es lo que hay.
Fue en enero, a diez o quince días del examen más importante
que he hecho en mi vida. Llevaba un par
de semanas discutiendo un poco más de la cuenta con mi abuela porque no quería comerme una hamburguesa que
me había traído del restaurante donde solía coger la comida dos veces por
semana (es que, a diferencia del resto de abuelas del mundo, la mía no toca los
fogones ni con un palo, ni siquiera en Navidad).
El caso es que me había entrado una especie de psicosis con
no comerme la hamburguesa porque sospechaba que albergaba algún tipo de Clostridium, (con aquel color verdoso,
como el que adquiere una suela de zapato después de pisotear montones de hierba recién segada), así que se me ocurrió
la brillante idea de tirarla por el retrete.
Le diría a la abuela que me la había comido y todo
solucionado.
No bronca.
Peace in
the house.
All good in the hood.
Ha-Ha…
Pasé de creerme un as a una buena imbécil con algún tipo de
cortocircuito entre los cables de sus neuronas en el momento en el que vi que
la hamburguesa no pasaba por la tubería y el nivel del agua comenzaba a subir.
Pero vamos a ver… ¿Cómo iba a pasar por una tubería de menos
de diez cm de diámetro? ¡Si tenía el tamaño de un frisbee!
Lo peor de todo es que lo primero que pensé cuando vi que el
agua comenzaba a subir fue que tendría que haberla cortado en trocitos… (¿¿¡¡!!??)
Empezó entonces a cundir el pánico.
Cada vez que tiraba de la cisterna subía más y más el agua,
hasta que empezó a desbordarse (Briconsejo:
si se os ha atascado el wáter, dejad de
tirar de la cisterna si veis que a la tercera la cosa no mejora. De nada.)
Me encontraba peleando contra la creciente marejada, armada únicamente
con un cubo y una escobilla, cuando escuché el sonido de las llaves en la
cerradura.
<< Oh,
no.>>
Gracias a un rápido golpe de talón me dio tiempo a cerrar la
puerta justo antes de que el elegante taconeo de la abuela se detuviera frente
a la puerta del baño.
-
¡Ya estoy en casa!
-
Ehm.. Sí, ahora salgo abuela.-
-
¿Qué es eso que se oye? ¿La cisterna? - <<
Vaya, menudo oído tenía cuando quería…>>
-
No, no. ¡¡Es
que me estoy duchando…!!
Cuando la escuché alejarse hacia su habitación salí corriendo
a la cocina, a por trapos, dejando el cubo lleno de agua estratégicamente escondido
dentro de la bañera.
Llegué a la cocina y en el armario de los trapos encontré un
bote que ponía en letras mayúsculas y rojas ( ¡¡ROJAS!!) : SUPERDESATASCADOR… No soy muy creyente, pero en ese momento miré
al cielo y di las gracias. No me paré a hacer un Baile de Carlton porque iba justa de tiempo.
Me encaminé deprisa hacia el cuarto de baño, y cuando me
encontraba a tan sólo dos pasos de la puerta,
la figura de la abuela dobló la esquina para aparecer al otro lado del
pasillo.
-¿Qué llevas ahí? ¿No habrás atascado el retrete?- Preguntó,
suspicaz, mientras se acercaba.
<<¿Pero cómo lo ha hecho?>>
Pillada.
Si hay algo que me caracteriza, y que se supone que es bueno
pero que a mí siempre me ha resultado muy pero que muy inconveniente, es que no
sé mentir. Se me da fatal. O me doy la vuelta y cambio de tema rápido o acabo
confesando todo del tirón. Con pelos y
señales….
Y me habían pillado de frente, así que canté.
¡El grito que pegó mi abuela cuando le dije que lo que había
atascado el baño era la maldita hamburguesa! Qué cómo se me ocurre, que la carne no se deshace
que eso lo sabe todo el mundo (perdóname, Einstein), que parece mentira, que
si el estudio me está volviendo chiflada, bla bla bla…
Gracias al cielo tenía que salir porque había quedado con
unas amigas, así que pospuso la bronca un par de horas.
La acompañé a la puerta con la promesa de que a su vuelta lo
tendría todo controlado.
Y
o estaba convencida
de ello, pues tenía el SUPERDESATASCADOR
y me encontraba deseando probar su magia.
Cuando regresé al baño me puse a leer las instrucciones (tenía
un símbolo de alta toxicidad muy interesante que no debía pasar por alto). El
producto tardaba unos diez minutos en actuar, y había que evitar contacto con
el líquido porque era muy tóxico, así que tuve cuidado de no tocarlo mientras
vertía tranquilamente casi más de medio bote en el inodoro.
El olor del líquido me recordó la última (y única) vez que
había entrado en contacto con un producto de limpieza tóxico. Fue durante mi
erasmus, un día que me dio por hacer limpieza exhaustiva y me encerré
dentro de la ducha a frotar la mampara
con viakal… Sucedió que, tras veinte minutos respirando limpiador- antical, terminé intoxicada, tirada
en la cama boca arriba con un colocón que me duró tres horas.
Desde ese día pienso que limpiar una casa es deporte de
riesgo, lo que hizo que me tomara en serio la toxicidad esta vez, tapándome
precavidamente la nariz hasta que sentí que había vertido suficiente
SUPERDESATASCADOR en el wc como para desintegrar ciento un hamburguesas.
Volví entonces a
poner el producto en su sitio y me senté a estudiar.
Pero no podía concentrarme. No había terminado la misión.
Necesitaba ver como el agua se marchaba por las tuberías
antes de seguir con mi vida. Uno de esos… puntos de inflexión, ya saben.
Me senté en el borde de la bañera, delante del retrete, a
esperar. Y por fin, a los treinta minutos (le había dejado veinte minutos más
de cortesía al superD para que hiciera bien su trabajo) tiré de la cisterna, y
lo que sucedió fue totalmente inesperado.
El agua comenzó a desbordar mucho más que la última vez, a inundar el servicio por todas partes, ¡hasta
me empapó los calcetines!
Vale, Paloma: esto no
es un simulacro.
Cogí el teléfono y, como persona adulta y completamente autosuficiente, llamé a mi padre.
No se sorprendió mucho cuando le conté la historia, (me
conoce bien) y sólo me dijo que si no quería que la abuela me liquidase tendría
que “meter la manita”…lo dijo así, con tono jocoso, (¡como me fastidió en ese
momento, lo estaba pasando realmente mal!).
Colgué deprisa y fui a la cocina a por los guantes amarillos
de fregar (otro detalle de esos en los que mi cabeza no suele reparar… Hay
guantes de limpiar el baño, y guantes con los que friegas los platos en los que
luego pones la comida. No confundir. )
Cuando llegué frente al retrete, me puse el guante derecho, (porque aunque siempre he querido
ser zurda todavía no lo he conseguido) e introduje el brazo hasta las entrañas
de aquel armatoste blanco, hasta que mi mano tropezó con algo que atascaba
completamente la tubería. Lo agarré.
Saqué la mano despacio, con una mueca de asco que se convirtió
en una de asombro cuando por fin pude ver lo que tenía entre los dedos: una reluciente e INTACTA hamburguesa. ¡Estaba
tal cual la había tirado!
Había imaginado una especie de masa verde medio desintegrada
por el corrosivo, y resultó que hasta conservaba el corte limpio que le había
hecho en medio cuando inspeccionaba el color verdoso de la carne. Unbelievable.
Me dirigí hacia la cocina con aire triunfal, los brazos en alto, para no tocar nada, cual
cirujano recién salido de una satisfactoria operación.
Tiré la pieza al cubo de la basura y volví a ocupar mi sitio
en el despacho, frente a la montaña de libros.
Aunque suene extraño, y probablemente estúpido, prometo que no se pueden imaginar cuan
satisfecha me sentí por aquello. No me
explicaba por qué ni se me había ocurrido de primeras sacar la carne
manualmente. Es pura mecánica…
No sé si de esta historia se puede sacar alguna
conclusión... Pero si así fuera, probablemente sería algo como que la mayoría de las
veces la solución no es distinta del problema… Que no hay que complicarase, porque a
veces lo correcto es en realidad lo más simple, y , por supuesto, que si
quieres hacer algo y que salga bien, al final “vas a tener que meter la manita” .