¡Cierra los ojos y pide un deseo!
¡Qué de
veces hemos escuchado esta frase a lo largo de nuestras vidas! ¿De
verdad a alguien se le ocurre algo que pedir en ese momento? A mí me
puede la presión. A no ser que lo lleve pensado de casa, nunca se me
ocurre algo concreto que pedir, me rondan la cabeza varias cosas pero
nunca hay una mejor que otra así que al final siempre pienso en la
misma frase: “quiero ser feliz”. Es como una pequeña trampa que
le hago a quienquiera que sea el que se encargue de estos tinglados,
porque concederme la felicidad eterna lleva implícitos un montón
más de deseos. Todos los que se me vayan ocurriendo.
Pienso que quienquiera que sea el
que cumple lo que uno desea (sin haberlo planeado me ha salido un
pareado) se ha dado cuenta de mi trampa, porque lo pone todo en mi
contra a la hora de pedir un deseo. En serio. Pedir un deseo me
resulta dificilísimo.
Parece fácil, pero no lo es.
Se te cae una pestaña, la pones en
la yema de un dedo, cierras los ojos, pides tu deseo y soplas. Fácil,
¿no? Y una mierda. Mis pestañas siempre se quedan pegadas en el
dedo aunque sople cien veces, a las flores esas blancas nunca se les
vuelan todas las pelusitas con un soplido, y a ver quién es el
campeón que consigue apagar todas las velas de una… sobre todo con
esas nuevas que hay, que se encienden solas en cuanto ven que ya te
has dejado los pulmones.
El otro día estaba con mis amigas
jugando con un globo (todas licenciadas, rozando el cuarto de siglo)
y a alguna se le ocurrió la brillante idea de llenarlo de deseos y
soltarlo al cielo para que se los llevara. Bien, el globo quedó
enganchado en un árbol justo encima de nuestras cabezas.
No dije nada pero pienso que igual
fue culpa mía. Por intentar engañar al cumple-deseos. Es algo que
tenemos él y yo entre manos hasta que decida qué es lo que quiero y
deje de pedirle ambigüedades (por supuesto aunque intenté pensar en
algo más original acabé pidiéndole al globo ser feliz. Menuda
imbécil).
No sé desde cuando me pasa esto con
los deseos, me preocupa de verdad. Puede que lleve mil deseos
desperdiciados en mi vida, pero es que nunca he sabido lo que quiero.
Me alucina que la gente lo sepa, ojalá yo tuviera las cosas claras.
Eso de: si te toca la lotería ahora, ¿qué harías? No funciona
conmigo. Supongo que gritaría y bailaría como una loca con el
boleto en la mano. Y ya. Yo qué sé.
Mientras mirábamos el globo
atrapado en el árbol con todos nuestros deseos pensé que no me
extrañaba nada que se hubiera quedado allí.
Me vino a la mente la imagen de
cientos de globos en el cielo. Los solíamos soltar en el colegio el
día de la paz. Al principio soltábamos palomas, pero después de
unos años las sustituyeron por globos blancos. No era tan
emocionante, pero se te encogía el corazón viendo aquellos puntitos
blancos elevarse lentamente en un cielo sorprendentemente azul para
un 31 de enero.
Siempre había algún globillo que
se desviaba y acababa enganchado en un árbol o tejado vecino, y ahí
era inevitablemente donde iban a parar mis ojos. Cómo no.
Por eso me acorde de aquello viendo
este pobre globo atrapado.
Estoy segura de que si suelto un
globo al cielo en medio del océano cae un rayo y lo pincha, o salta
un tiburón y se lo traga, o pasa justo por allí una corriente de
aire que se forma cada cien mil años y lo lleva para el fondo del
mar en lugar de hacia el cielo.
El caso es que he empezado a pensar
que igual no se me ocurren deseos o se me truncan las “pedidas”
porque en realidad no necesito nada.
Puede que la vida conmigo haya sido
como un cumple deseos permanente: tengo todo lo que necesito. Nunca
me ha puesto un obstáculo que no pudiera superar. Claro que puedes
pedir aprobar un examen, que fulanito te pida salir, encontrarte
cincuenta euros en el suelo… pero eso no son deseos de verdad. Así
que lo he decidido: voy a ceder mis deseos.
Le doy vía libre al cumple-deseos
para que los lleve todos a los sitios donde los necesiten de verdad.
A partir de ahora cuando se me caiga una pestaña la voy a dejar
desaparecer entre mis dedos, siempre que sople las velas dejaré dos
encendidas, y no pienso soltar un globo si no hay un árbol cerca.
A lo mejor se pone de moda.
A lo mejor en vez de soltar los
globos al cielo los enganchamos a los árboles.
¿Os imagináis? Árboles llenos de
globos.
Árboles de los deseos.