sábado, 28 de diciembre de 2013

¡ Cierra los ojos y pide un deseo!


¡Cierra los ojos y pide un deseo!

¡Qué de veces hemos escuchado esta frase a lo largo de nuestras vidas! ¿De verdad a alguien se le ocurre algo que pedir en ese momento? A mí me puede la presión. A no ser que lo lleve pensado de casa, nunca se me ocurre algo concreto que pedir, me rondan la cabeza varias cosas pero nunca hay una mejor que otra así que al final siempre pienso en la misma frase: “quiero ser feliz”. Es como una pequeña trampa que le hago a quienquiera que sea el que se encargue de estos tinglados, porque concederme la felicidad eterna lleva implícitos un montón más de deseos. Todos los que se me vayan ocurriendo.

Pienso que quienquiera que sea el que cumple lo que uno desea (sin haberlo planeado me ha salido un pareado) se ha dado cuenta de mi trampa, porque lo pone todo en mi contra a la hora de pedir un deseo. En serio. Pedir un deseo me resulta dificilísimo.

Parece fácil, pero no lo es.

Se te cae una pestaña, la pones en la yema de un dedo, cierras los ojos, pides tu deseo y soplas. Fácil, ¿no? Y una mierda. Mis pestañas siempre se quedan pegadas en el dedo aunque sople cien veces, a las flores esas blancas nunca se les vuelan todas las pelusitas con un soplido, y a ver quién es el campeón que consigue apagar todas las velas de una… sobre todo con esas nuevas que hay, que se encienden solas en cuanto ven que ya te has dejado los pulmones.

El otro día estaba con mis amigas jugando con un globo (todas licenciadas, rozando el cuarto de siglo) y a alguna se le ocurrió la brillante idea de llenarlo de deseos y soltarlo al cielo para que se los llevara. Bien, el globo quedó enganchado en un árbol justo encima de nuestras cabezas.

No dije nada pero pienso que igual fue culpa mía. Por intentar engañar al cumple-deseos. Es algo que tenemos él y yo entre manos hasta que decida qué es lo que quiero y deje de pedirle ambigüedades (por supuesto aunque intenté pensar en algo más original acabé pidiéndole al globo ser feliz. Menuda imbécil).

No sé desde cuando me pasa esto con los deseos, me preocupa de verdad. Puede que lleve mil deseos desperdiciados en mi vida, pero es que nunca he sabido lo que quiero. Me alucina que la gente lo sepa, ojalá yo tuviera las cosas claras. Eso de: si te toca la lotería ahora, ¿qué harías? No funciona conmigo. Supongo que gritaría y bailaría como una loca con el boleto en la mano. Y ya. Yo qué sé.

Mientras mirábamos el globo atrapado en el árbol con todos nuestros deseos pensé que no me extrañaba nada que se hubiera quedado allí.

Me vino a la mente la imagen de cientos de globos en el cielo. Los solíamos soltar en el colegio el día de la paz. Al principio soltábamos palomas, pero después de unos años las sustituyeron por globos blancos. No era tan emocionante, pero se te encogía el corazón viendo aquellos puntitos blancos elevarse lentamente en un cielo sorprendentemente azul para un 31 de enero.

Siempre había algún globillo que se desviaba y acababa enganchado en un árbol o tejado vecino, y ahí era inevitablemente donde iban a parar mis ojos. Cómo no.

Por eso me acorde de aquello viendo este pobre globo atrapado.

Estoy segura de que si suelto un globo al cielo en medio del océano cae un rayo y lo pincha, o salta un tiburón y se lo traga, o pasa justo por allí una corriente de aire que se forma cada cien mil años y lo lleva para el fondo del mar en lugar de hacia el cielo.

El caso es que he empezado a pensar que igual no se me ocurren deseos o se me truncan las “pedidas” porque en realidad no necesito nada.

Puede que la vida conmigo haya sido como un cumple deseos permanente: tengo todo lo que necesito. Nunca me ha puesto un obstáculo que no pudiera superar. Claro que puedes pedir aprobar un examen, que fulanito te pida salir, encontrarte cincuenta euros en el suelo… pero eso no son deseos de verdad. Así que lo he decidido: voy a ceder mis deseos.

Le doy vía libre al cumple-deseos para que los lleve todos a los sitios donde los necesiten de verdad. A partir de ahora cuando se me caiga una pestaña la voy a dejar desaparecer entre mis dedos, siempre que sople las velas dejaré dos encendidas, y no pienso soltar un globo si no hay un árbol cerca.

A lo mejor se pone de moda.

A lo mejor en vez de soltar los globos al cielo los enganchamos a los árboles.

¿Os imagináis? Árboles llenos de globos.

Árboles de los deseos.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Chin Chin

Hoy he vuelto a casa por el mismo camino de siempre, al salir de clase, a la misma hora.
Y no la he visto.
A la señora de los pájaros.
Todos los días la encuentro en el mismo rincón; un metro verde escondido entre los edificios del barrio, tirando al suelo pedazos de pan. Completamente rodeada por gorriones y palomas.

Suelo pasar muy despacio por su lado, y no porque quiera ver como sale de ese círculo de aves sin pisar a alguna (que también) sino porque un día, que se me habían olvidado las llaves y tuve que quedarme a esperar a que llegara el portero, la escuché poner a los pájaros al día de un millón de temas, desde la trama Gürtel hasta los grupos de Champions, pasando por Teruel.
Un monólogo con sus pausas para publicidad y todo.
Ya me contarán lo que importa  en el mundo aviar la crisis económica o si Isabel Pantoja va a ser abuela, pero la verdad es que a mí me dejó fascinada.
Desde entonces me intriga de sobremanera esa mujer.
Siempre me digo que algún día pararé y le preguntaré sobre su vida. Que averiguaré por qué viene todos los días a darles pan a las palomas. Hasta los domingos.

Subí las escaleras pensando en ella. ¿Por qué no habrá venido hoy? Ha tenido que pasarle algo. A lo mejor  no vuelve.
Tendría que haber hablado con ella.
El día anterior me había saludado. Pero es que iba con prisa.
Siempre con prisa.
Siempre posponiendo.
Así se nos va la vida.  Por qué no aprenderemos.

Cuando escucho la palabra posponer inevitablemente me acuerdo de una profesora del colegio a la que siempre engañabamos para cambiar los exámenes.
No te matabas a estudiar el día previo porque en el fondo sabías que la mañana siguiente cuando la profesora entrara por la puerta con el sobre de los controles alguien diría :
 - ¡POSPONLO MARÍA!
Sabías que entonces todos aplaudirían, ella sonreiría y accedería a pasarlo al día siguiente después de un par de negativas remolonas.
Así era que sacábamos tantos sobresalientes. Inyecciones en la media de nuestros expedientes académicos.


Es curioso que la mente recuerde unas cosas para siempre y otras las borre completamente. ¿Cómo se decide lo que se queda o lo que se va? Es algo en lo que no tenemos ni voz ni voto. Pues vaya.

El caso es que he estado pensando en pequeños detalles de las personas que se te quedan grabados. en cómo hay objetos, situaciones o palabras que te recuerdan a alguien. A veces incluso a alguien con quien no has cruzado palabra.
Como los lunares.
Siempre que veo algo de lunares me acuerdo de un hombre con el que compartí un viaje en tren. Iba elegantemente vestido con un traje oscuro,y con un engominado que ni Mijatovic en su mejor día,  pero cuando se sentó en frente de mi pude ver asomar por debajo de su Armani unos calcetines de lunares rojos. Se me escapó una sonrisa.
Lunares.
De qué cosas se acuerda uno, en realidad.

Estupideces.

¿Grandeces?

Ya está aquí la Navidad, tiempo de grandes cenas, comidas, compras. Tiempo de sonrisas, de personas alegres. Siempre me ha parecido que la gente es más amable en Navidad.
De emocionantes reencuentros.
Sobre todo tiempo de innumerables brindis.
¿Y por qué brindamos?
¡Chin chin! ¡Salud!
Solemos decir " Por nosotros".
Pues ahí está: Por nosotros.
Por vosotros.
Por ellos y por aquellos.
Por los que, por el motivo que sea, salen de casa cada día con una barra de pan para pájaros.
Por los que no necesitan perder algo o a alguien para darse cuenta del valor que tiene.
Por los que le ponen ganas.
Por los que viven con la nariz entre libros, o con las manos llenas de pintura.
Por los que llevan diez años con "el proyecto".
Por los alternativos, los músicos, los literatos, bailarines y artistas. Por las ratas de laboratorio.
Por los que siempre están perdiendo las gafas. Por los que no ven un carajo.
Por la gente que se agarra con fuerza a lo que quiere. Por la gente que sabe dejarlo ir.
Por la gente rebelde, insumisa, indomable.
Por los que no necesitan adentrarse "into the wild" para darse cuenta de que " Happiness only real when shared".
Por los que se pasan el día estudiando y se llevan los libros hasta para hacer la compra, no vaya a ser.
Por la gente que se sonríe a sí misma en el espejo.
Por las risas que sólo saben sacar los hermanos.
Por los que abrazan tan fuerte que hacen que estén de más las palabras.
Por la gente que se ríe de sus problemas. Que sabe que no posee el monopolio del sufrimiento terrenal.
Por los que tienen claro que si te vas muy al este acabas en el oeste.
Por los que disfrutan del desayuno aunque saben que llegan tarde.
Por la gente que te mira y te dice que quiere verte feliz.
Por los despistados.
Por los que cuentan historias.
Por los que disfrutan como nadie de un bostezo, abriendo la boca tanto como pueden.
Por la gente obcecada. Por ese que no agacha la cabeza ni para recibir una merecida colleja.
Por los que dicen cosas como: ¡Que no es un pato, que es un cormorán!.
Por la gente que conduce pegada al volante, aun con siete años de carnet.
Por los que bailan como si no los mirara nadie.
Por los que son como quieren ser.
Por la gente que da oportunidades.
Por los que ríen con ganas.
Por la gente que sabe (por experiencia propia o por darle la razón a Shakespeare) que "la vida vale cuando tienes el valor de enfrentarla".
Por la gente que se atreve. Que salta con los ojos abiertos.
Por la gente que pierde el norte, el sur, el este y el oeste.
Por los que no se preocupan demasiado.
Por la gente que se cae y se levanta. Por la gente a la que tiran y se levanta.
Por los antisistema. Por los que brindan con agua.
Por los que sueltan la mano porque prefieren los "ciento volando". Porque en realidad saben que es mejor lo bueno por conocer.
Por la gente que le gusta a Mario benedetti, sobre todo esa "capaz de entender que el mayor error del ser humano es intentar sacarse de la cabeza lo que no sale del corazón".
Por la gente original, que hay poca.
Por la gente que tiene un refrán para todo...
Bueno, no tengo muy claro si brindar por esos, a nadie le suelen gustar...
Cuando estaba en el colegio, en primero o segundo de primaria, una vez nos mandaron como deberes para el día siguiente llevar un refrán.
Me pasé la tarde entera detrás de mi madre repitiendo una y otra vez con la característica insistencia que sólo saben mantener los niños:

- Mamá dime un refrán. Mamá dime un refrán. Mamá dime un refrán...

No sé cuantos tirones de falda espero mi madre para darse media vuelta, pero cuando lo hizo me miró y dijo : " Niño refranero, niño puñetero."

Recuerdo que entonces no me hizo ninguna gracia, pero ahora que conozco mejor a mi madre tengo que reconocer que brindo por ello. Por ella.

En fin, con refranes o sin ellos, hay motivos de sobra para brindar. Pero yo no venía a eso, no.
Yo venía para decirte que sé que tienes cientos de miles de cosas que hacer hoy.
Que tienes que estudiar. Que contestar unos e-mails a tu jefe. Que comprar la cena. Que ir al banco.Que ponerle tiritas al mundo. Que te has cruzado con un viejo amigo pero que los dos ibais con prisa. Que me alegro de verte pero no me puedo parar que no llego.

Venía a decirte que para ti va el último brindis.
Para que pares un minuto.
Para que te detengas, respires y pienses si el lugar al que te diriges es al que quieres ir. Si es donde tienes que estar, donde deseas estar. Si te va a llevar al destino que quieres.

Para decirte que si no es así cojas aire, todo el que puedas, y grites con fuerza un - ¡POSPONLO MARÍA!.
Y te sientes a brindar.
Aunque tengas que retomar mañana.
Date un respiro.
Te lo mereces.
Es Navidad.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

People help the people

 
El casero volvió, como hacía cada lunes desde hacía tres meses, a pedirle a Antonio el dinero que le debía.
Éste lo esperaba sentado en la cocina, a oscuras, con los ojos empapados de la vergüenza y desazón que habían ido invadiéndole desde que perdió su trabajo como mensajero de una pequeña empresa.


Otra vez el casero encontró a Antonio sin nada en las manos que poder entregarle. Le daba pena aquel buen hombre, siempre había sido puntual en sus pagos y por eso le había dejado quedarse estos últimos meses, pero no podía permitirse seguir con esta situación. Antonio lo sabía, y en cuanto vio la expresión en el rostro del que había sido tantos años su casero y casi amigo, asintió y asió la bolsa que tenía al lado, ya hacía días preparada con sus escasas pertenencias.

 • ¿Tienes dónde dormir?- Preguntó Juan.

• No te preocupes, me las arreglaré. Sé que me has ayudado lo que has podido, y te lo agradezco de verdad, amigo.- Y salió entonces por la puerta, dejando al otro buen hombre con el rostro congestionado sentando en aquella silla que aún conservaba su calor.


No tenía donde dormir. Pero ya había pensado un sitio en el que podía quedarse por lo menos un par de noches, así que se dirigió al edificio en el que se encontraba la empresa para la que trabajó tantos años.


Había un pequeño cuarto al lado de la puerta trasera donde almacenaban documentos y en el que nunca entraba nadie.


Cuando llegó lo encontró abierto, como esperaba. Buscó un hueco entre las pilas de documentos e improvisó un pequeño lecho de cartón en el que se tumbó mirando al techo, cansado.

Se frotó los ojos, irritados por la cantidad de polvo que se había desprendido al mover los olvidados documentos, y entonces ese picor justificó su llanto.


Fueron esas las únicas lágrimas que derramó, pero entró en un estado de desidia continua que le impidió ver que en los calendarios pasaban los días.


 Todas las mañanas salía temprano, con el alba, antes del comienzo de la jornada laboral.
Así no se encontraba con nadie.
Pero el quinto día no pudo evitar toparse con Alberto, uno de los ejecutivos de la empresa con el que solía compartir cigarrillos y cafés en la puerta trasera, porque había ido temprano esa mañana.

Antonio recordaba con cariño a Alberto, y le alegró verle, a ambos les gustaban los deportes y habían llegado a pasar horas comentando partidos enteros.


Al ejecutivo no pareció asombrarle encontrar ahí a su excompañero, casi parecía que le estuviera esperando.

- Antonio, ¡pero qué alegría verte! Llevo días intentando localizarte: no sé donde te metes. Es que tengo un asunto entre manos y necesito a alguien de confianza para que me lleve la correspondencia. Ven que te invito a un café y te cuento, a ver si te interesa, me harías un gran favor…


Estuvieron dos horas hablando en una cafetería, mientras daban cuenta de un copioso desayuno al que Alberto invitó. No le preguntó a Antonio por qué iba tan sucio, ni que hacía en el cuarto de los

documentos.
 

Le habló de un negocio que tenía con otro empresario, y casi le suplicó al viejo mensajero que aceptara un clandestino puesto para que le ayudara a comunicarse con su nuevo socio.


Tendría que recoger todos los días unos sobres en la oficina y llevarlos a una dirección, siempre la misma, una destartalada casa no muy lejos de la estación de Chamartín.
 

Antonio aceptó con gusto ese “trabajo” tan extraño y no hizo preguntas.


Cada mañana iba hasta allí en su vieja bicicleta, metía los sobres en el buzón correspondiente y se marchaba.


Más o menos al mes de empezar a trabajar para Alberto otros compañeros de la oficina comenzaron a encargarle entregas;  casi parecía que había vuelto a su antiguo trabajo.


Volvió a sentirse útil; no ganaba mucho pero había recuperado el ánimo y las ganas de trabajar, y entre trabajos temporales y encargos de antiguos compañeros fue saliendo del bache.
Y del cuarto de los documentos.


Seis meses después del desayuno con Alberto éste le llamó para hacerle el “último encargo”, pues la compañía seguía yendo en picado y su caso, le dijo, estaba ahora incluído en la lista del ERE.


Antonio llevó ese último sobre, tras despedirse de su compañero y amigo, a la dirección de siempre. Esta vez cuando intentó introducirlo en el buzón, el sobre cayó al suelo.

 

Miró dentro y observó extrañado que el buzón estaba lleno de sobres.
Eran todos los que había llevado los últimos meses por encargo de Alberto.


Extrañado sacó unos cuantos y los abrió, cayendo de rodillas emocionado al ver que todos contenían lo mismo: folios en blanco.




domingo, 3 de noviembre de 2013

MIDNIGHT IN PARIS

- Señores pasajeros : les informamos de que  en breves momentos comenzaremos el aterrizaje. Por favor vuelvan a sus asientos y abróchense los cinturones. Se estima un descenso de unos veinte minutos, tras los cuales aterrizaremos en Charles de gâulle, aproximadamente a las 19:30 hora local. La temperatura en tierra es de quince grados centígrados.
Muchas gracias por haber volado con nosotros, esperamos que hayan tenido un feliz vuelo y que disfruten de su estancia en París.

Amanda despertó con el mensaje del piloto.
Se rascó la cabeza y abrió los ojos, sentía la boca pastosa... ¿Cuánto había durado el vuelo? <<Auchh la cabeza.>> Un ya conocido dolor punzante la atravesó de lado a lado.
Levantó su antifaz y pudo comprobar los daños que la botella de champagne que se había bebido durante el vuelo había causado:  se encontraba espatarrada en una fila entera de asientos, con un solo zapato.

¿Dónde se habría metido la simpática pareja que tenía sentada al lado al comienzo del vuelo? Se preguntó. Y ella sola recordó. Se habían cambiado de sitio hacia su tercera copa más o menos, cuando la había invadido su alterego con una diarrea verbal anti-parejas. Eran recién casados, y ella había intentado acabar con su ilusión : que a ver cuanto les duraba les había terminado gritando mientras se alejaban. <<Muy bien Amanda, esta vez te has lucido.>>

Asomó la cabeza por encima de los asientos en una primera expedición de control de daños, para ver si conseguía visualizarlos y pedirles disculpas, pero entonces se percató de cómo la observaba el resto de pasajeros, y decidió volver a encogerse en su asiento, cubriéndose los ojos con su antifaz, que no podía ser de más colores, con dos corazones fucsia haciendo de ojos. Uno de los regalos de su sobrina, super fan de Agatha Ruiz de la Prada.

Una azafata fue entonces  a pedirle amablemente (bueno, "cordialmente"), que se abrochara el cinturón, pues el avión iba a aterrizar. Amanda sonrió e hizo caso inmediato de la orden. La falsa sensación de seguridad porporcionada por el  cinturón de los aviones siempre le había parecido eso: falsa, no creía necesario tanto paripé, pero intentaba agradar a esa azafata que la miraba con cara de pocos amigos, y que ahora  comprobaba que estuviera bien abrochado. Parecía no fiarse, menuda borde era la tía. << A saber qué le habré dicho a ella>>  pensó Amanda.
Entonces observó, mientras se alejaba, que tenía un culo inmenso, y temió que su pequeño Mr Hyde hubiera hecho la misma observación y gritado a los cuatro vientos su opinión acerca del tamaño del trasero cuando se negó a llevarle la segunda botella de champagne... (esa escena se reprodujo demasiado nítida en su cabeza, por lo que supo que, efectivamente,  había pasado en realidad).
Se mordió el labio inferior, (siempre lo hacía cuando se sentía culpable, desde que era una niña) y se hundió aún más en el asiento.
Respiró hondo, se recompuso y pensó en su situación:
Iba a Paris a pasar el fin de semana con su mejor amiga, Marta, que  se había perdido su cumpleaños por otra de las peleas con su novio. Un novio al que Amanda odiaba por lo mal que se portaba con su amiga. (Y también por haber sido el culpable de que rompiera con Nacho,  su novio anterior, con el que ella se llevaba la mar de bien).

Para compensarla  Marta le había escrito una carta preciosa sobre lo maravillosa que era y lo mala amiga que era ella en comparación, que Amanda iba a tirar a la basura (no sin antes regocijarse un rato, asintiendo satisfecha ante los halagos referentes a su persona) hasta que vio que al final de la carta estaba escrita la palabra PARÍS con letras mayúsculas de colores.
Había decidido entonces leer con más atención cómo su amiga (que, aprovechemos para decir, estaba forrada) le contaba que había reservado vuelos y hotel para que pasaran un fin de semana juntas en París.

Había llamado a sus compañeras de trabajo para asegurar uno en el  que  Amanda no tuviera que trabajar y lo había planeado todo...  <<¡Sin avisarme!>>  pensó ella al principio, aún mosqueada. Pero a medida que iba leyendo los planes que la esperaban en París y se imaginaba caminando por las calles abarrotadas y viviendo locas aventuras con su amiga , se iban desvaneciendo los sentimientos de rabia.
Irian de compras, pasearían, se emborracharían con estupendo vino francés y cenarían todos los días fondue...  <<¡ Te compraremos una fondue Mandi!>>  Decía Marta en la carta.
<<  Qué morro tiene, sabe que no podré seguir enfadada con esto>>  pensó Amanda, ya completamente fascinada con el viaje.

Siempre le había hecho ilusión eso de las fondues. Estaba obsesionada. Todos los años pedía una por su cumpleaños, y siempre la tenía, pero de esas demasiado pequeñas con una vela debajo que le parecía que no servían para nada.
Ella quería una de las grandes, de las de las películas, de las que, imaginaba, sólo encontraría en París.

 - Oh lalá, me voy a PAGUIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII- gritó al terminar la carta, en medio de la oficina. (Siempre le habían faltado tanto el sentido del ridículo como la discreción).


Habían quedado en Barajas directamente porque Marta tenía que recoger las últimas cajas de casa de Javi. Lo habían dejado definitivamente la semana anterior, (¡al fin!) cuando ella le encontró  unos mensajes en el móvil y unas fotos con una de sus "amigas".

Este viaje le vendría muy bien, pensó Amanda.
Le había hecho una camiseta que ponía en letras fosforitas "NO MORE ASSHOLES", y pensaba hacérsela utilizar durante todo el viaje.
Recuerda como imaginaba, mientras la esperaba en el aeropuerto, la cara que pondría Marta ante su idea; ella que siempre iba "de punta en blanco".  Se encontraba riendo sola cuando recibió un mensaje suyo.
EL MENSAJE.
 << Mandi, no me mates. No puedo ir a París. Estoy en casa de Javi, esta muy arrepentido, me ha pedido que nos casemos. Te cuento cuando vuelvas, por favor coge ese vuelo y disfruta en París, compra ropa y una fondue, diviértete. Tienes la tarjeta de viaje que te dí la semana pasada, para los gastos, sabes que están todos cubiertos. No es que intente comprar tu perdón, pero me siento fatal. No me odies por favor. ¡Te quiero!>>
Amanda se había quedado pálida. ¡No se lo podía creer!
Iba a dar  media vuelta para ir directamente a casa de ese Javi a montar en cólera, pero entonces pensó (gracias a Dios por una vez lo hizo)  que no tenía nada que hacer ahí.
La batalla estaba perdida. Le resultaba frustrante ver como todos sus consejos y terapias caían en saco roto, pero era Marta la que tenía que darse cuenta del problema que tenía con ese hombre.

Decidió hacer lo que le decía su amiga y posponer su enfado al lunes: Iría a París el fin de semana. Compraría la ropa más cara que hubiera, se atiborraría de dulces en las patisseries, haría un agujerito en la visa oro de su amiga... una pequeña venganza.
Además ya había facturado la maleta.

En el momento en el que puso un pie en el avión se arrepintió de su osadía.
 ¿Qué narices iba a hacer ella en París, sola?
Fue entonces cuando decidió ahogar sus penas en una botella de champagne (ya que invitaban, aunque por suerte para Marta no disponían de Perrier Jouet) y convertise en el espectáculo del vuelo.
Pero ahora sólo deseaba desaparecer. ¡CHAS!

Por fin aterrizaron. Amanda se puso el suéter con capucha y unas gafas de sol y salió presurosamente a recoger su maleta. Sin mirar atrás. Bye bye Iberia. Aquí no ha pasado nada.

Esperó un buen rato frente a la cinta rodante por su equipaje, que no aparecía. Y cuando todo el mundo se hubo ido con sus bultos y maletas y la cinta dejó de moverse, empezó a preocuparse.
Miró simbólicamente al cielo (el techo del aeropuerto en este caso) y gritó  -¿En serio?  ¿Esto es todo lo que puedes hacer?-  (Le gustaba hacer este tipo de cosas. Desde que había visto El show de Truman le encantaba pensar que era la protagonista de un secreto show televisivo, y solía hacerse la "dramaqueen",pensando en alto muchas veces, sólo por si acaso. Nunca se sabe.

Fue hasta el stand de extravío de equipajes, donde la informaron de que su maleta estaba en Tenerife porque la habían metido por un descuido en el otro vuelo de Iberia de aquella noche.
Tras rellenar unos papeles le confirmaron que se la enviarían al hotel en cuanto la recuperasen, al día siguiente, pero que estuviera tranquila, que estaba "localizada", que había tenido suerte. ¡JA!

Salió de allí, pensando en buscar un taxi que la llevara al hotel. Sabía más o menos donde estaba y lo que se tardaba en llegar. (Ya había ensayado un diálogo con el taxista en el  que le contaba que venían ( ahora " venía") todos los meses a París por trabajo; su sistema anti-timo).
Pero todo esto no hacía falta, pues el tema del transporte estaba bien organizado por la secretaria de Marta, (que no había parado de mandarle mensajes con instrucciones desde que había aterrizado).
Amanda le había contestado al último con un << Déjame en paz, PESADA!>> y ahora estaba quemando el botón de cancelar con la esperanza de que se quedara en la bandeja de salida.

Al final no tendría que coger un taxi, estaban en un hotel de esos que tienen servicio shuttle al aeropuerto para los huéspedes, y al salir de la terminal identificó el logotipo del "Palazzo Hotel" (hotel italiano en París, Marta había pensado en todo) en un cartel que portaba un joven trajeado con sonrisa profident, alrededor del cual ya había cuatro o cinco pasajeros-huéspedes esperando con sus maletas.
Se dirigió hacia ellos.
- ¿Madamme Gonzalez y Madamme Ruiz?- le dijo el joven "chauffeur", buscando detrás de Amanda a su acompañante, con un acento que ella pensó se parecía sospechosamente al del turco que le vendía los kebabs debajo de su casa.
- Sólo Madamme Gonzalez, al final.- Contestó Amanda, explicándole luego que no hacía falta esperar por su equipaje porque se había extraviado.

Se ofreció a sentarse en el asiento del copiloto cuando fueron a subirse al monovolumen. Así iría charlando con el guapo conductor, que le había contestado acerca de su pérdida de equipaje que así " tenía una excusa para comprarse muchas más cosas bonitas en París de las que tenía previstas".
¡Le había guiñado el ojo!

Amanda empezó a sentirse muy bien con la idea de haber ido sola a París.
Viviría una aventura. Tal vez un affair parisino de fin de semana... Se imaginó paseando, cargada de bolsas por les Champs Elyseés, cambiando sus habituales zapatillas converse por unos caros "stilettos", y compartiendo una fondue en les Champs de Mars con Rashim (así se llamaba el conductor, efectivamente, turco) con una iluminada Torre Eiffel a sus espaldas.

En esos remotos escenarios se encontraba Amanda cuando llegaron al hotel. Rashim les condujo hasta recepción y Amanda se armó de valor y decisión para preguntarle si podría contratarle como chófer personal para sus días en París, pues no conocía la ciudad.

Él rió y la miró con interés, le hacía gracia esa española tan espabilada.
Con su atractiva media sonrisa le dijo que libraba esa noche, que había quedado con unos amigos para ir a un club de jazz y luego a tomar unos vinos  a uno de los locales de moda en el centro, y que pasaría a recogerla a las 23:30.
Dijo que estaba absolutamente enamorado de París y que no podía permitir que alguien se pasara un fin de semana en "la ville de l´amour" metido en el hotel.
A Amanda este último comentario no le encajó del todo con la imagen que se había hecho de su turkish, pero lo pasó por alto y se dirigió emocionada a su habitación para arreglarse.

Se metió en la ducha, y fue bajo el delicioso chorro de agua caliente donde recordó que no tenía equipaje. No podía salir por París en sudadera y converse, y lo único que tenía en la bolsa de mano eran el neceser (por lo menos podría maquillarse) y la maldita camiseta de Marta.
Crisis.
No tenía el número de teléfono de Rashim para aplazar la cita a la noche siguiente y se le ocurrió bajar a pedírselo a la recepcionista, a la que tuvo que contarle un rollo de que había olvidado la maleta en el coche para que accediera a dárselo.

Rashim no cogía el teléfono así que Amanda le dejó un mensaje explicándole que estaba cansada y que además no tenía nada que ponerse, y que si podían aplazar a la noche del sábado, pues para entonces ya habría hecho algunas compras y encima estaría más despejada. (Rashim hablaba inglés, por lo que  Amanda no tuvo que esforzarse en exprimir su pobre francés de escuela, D´école.)

A las 23:15 sonó el teléfono de su habitación.
Amanda ya se había envuelto en el edredón con  la camiseta  de "no más capullos" y se encontraba en la cama, viendo la tele, rodeada de todos los platos que había pedido al servicio de habitaciones, medio vacíos.
El del teléfono era Rashim. Sí, había escuchado su mensaje, pero había venido a buscarla igual. Que subía, dijo.
Amanda saltó de la cama y se puso los vaqueros, cayendo hacia atrás al meter la pierna en una de las perneras, por perder el equilibrio al hacerlo con tantas prisas. - Vísteme despacio que tengo prisa- Pensó en alto (otra vez la dramaqueen).
Se levantó y abrió a Rashim, que ya estaba llamando a la puerta.

El chico que vio Amanda al abrir no tenía nada que ver con el Conducteur de hacía unas horas. Rashim llevaba unos pantalones de cuero negros ajustados, con unas plataformas, también negras, de brillante charol, y una camisa de hilo con cuello mao, el pelo engominado hacia atras y ¿rimmel? en las pestañas. Se quedó atónita. Aunque aun así disfrazado estaba guapísimo.

- Oh, baby. No puedes estar así todavía. Vamos, hay una sala de objetos perdidos en la que podremos encontrar algo que ponerte-  dijo con un acento mucho más exagerado del que le había escuchado antes.
Amanda le siguió por los pasillos del hotel hasta un pequeño cuarto. entraron y Rashim encendió la luz.
- Voilá, madamme. Que talla llevas, ¿36? Ahora vengo.- Y desapareció entre los percheros rodantes que ocupaban la sala.
Pronto apareció con tres vestidos que hizo probarse a Amanda en un improvisado vestidor.
Ella se moría de risa con aquel tipo, era de lo más gracioso, y no paraba de llamarla Baby.
 -Qué bien te sienta esto, baby. Estás estupenda, honney.

Al final se decidieron por un vestido negro corto de manga tres cuartos, y unas pequeñas sandalias  beige en las que por suerte el tacón no superaba los cinco centímetros, altura con la que Amanda pensó se podría defender.

Subió a la habitación y se maquilló rápido. Se pintó los labios rouge, y sonriéndose en el espejo,  se revolvió la melena.
Bajó a encontrarse con Rashim, que la esperaba hablando con la "simpática" recepcionista y ambos la piropearon cuando la vieron salir del ascensor.
Subieron a un taxi que les esperaba en la puerta del Palazzo Hotel y se adentraron en la noche del viernes parisina.

Los amigos de Rashim resultaron ser Paolo, un italiano que casi parecía un calco de Rashim pero rubio y con unos enormes ojos claros, y Charlotte, una graciosa y regordeta parisina que daba clases de español.

Se llamaban unos a otros posh, como coletilla a sus nombres, eran Charlot-posh, Paolo-posh y Rashim-posh. Y Amanda quiso ser esa noche Amanda-posh.

La velada resultó de lo más divertida, compartieron historias y anécdotas.
Amanda les contó su aventura en el avión con el champagne, y luego se pidieron un par de rondas de chupitos a la salud (y a cuenta) de Marta.
Rieron y bailaron recorriendo prácticamente entero el centro de París, de pub en pub, hasta que todos cerraron, momento en el que decidieron terminar la noche, pero no sin antes atiborrarse de crêpes con chocolate en un puesto callejero.

 A esas alturas ya eran mejores amigos. Se comprendían y se querían.

Dejaron a Amanda en el hotel con la promesa de repetir la noche siguiente, y Rashim le dijo que iría a buscarla para ir de compras "aprés midi".
La nueva posh  luchó por no dormirse en el ascensor, y cuando por fin llegó a su habitación se dejó caer en la cama, aun con el vestido puesto, para sumirse en un coma profundo.

Se alegró por un momento de que Marta no estuviera, porque la habría obligado a lavarse la cara y a quitarse el eyeliner y la máscara de pestañas.

Cuando despertó, hacia la una del mediodía, tenía la cara como un mapache.
Se lavó los dientes, se duchó y se dirigió hacia la cafetería del hotel, donde se bebió un vaso XXL de caffé-frappé, casi del trago.
Se comió un tramezzino mientras charlaba con el camarero del hotel, que era italiano, de Pescara. Hablaron sobre el tiempo y demás trivialidades.

A las dos y media llego Rashim, trajeado y peinado como el primer día porque que a las ocho tenía que ir a por nuevos huéspedes al aeropuerto.
Disponía del coche todo el día, así que jugaron un rato a hacer que Amanda era rica y él su chófer, que la llevaba de compras por la ciudad.

Entraron en las mejores tiendas a probarse ropa, pero luego tuvieron que bajar un poco la categoría para buscar algo para Amanda (la habían llamado del aeropuerto para explicarle que su maleta no llegaría hasta el día siguiente, y que si prefería se la enviaban directamente a Madrid, así que seguía sin outfits).

Se compró unos jeans negros y una camisa blanca, atuendo que se llevó puesto dejando allí su sudadera y sus desgastados y viejos vaqueros. Siemrpe había querido hacer eso.

También se hizo con un par de vestidos, y Rashim la obligó a comprarse unos zapatos y a tirar esas viejas zapatillas. - No son nada chic, Mandy. Zero. Debemos deshacernos de ellas.

Al final consiguió hacerla entrar en una zapatería y convencerla para comprarse unos preciosos stilettos con los que ella temía no sabría caminar.
Luego fueron a una cafetería y merendaron frutas bañadas en una fondue de chocolate, y Amanda, maravillada, le contó la pequeña obsesión que tenía con ellas a su nuevo amigo.

Rashim la dejó en el hotel a las 19:30 y quedó en recogerla a las 22.00 para una posh-night, aunque esta vez solo irían a cenar y a tomar, como mucho, una copa de vino.

Aún tenía tiempo, así que Amanda se probó los zapatos para entrenar, y caminó por el pasillo, como si de una pasarela se tratara, con las rodillas arriba como le habían enseñado sus tías tantas veces,  ante la curiosa mirada de una limpiadora que pasaba con su carrito por allí.
Pensó que no se le daba del todo mal, por lo menos mantenía el equilibrio, pero metió las zapatillas en el bolso antes de salir, just in case.


Fueron a cenar a una crêperie a la que  habían prometido llevarla la noche anterior, cuando, meintras daba cuenta de su cuatro crêpe, Amanda confesaba que nunca había probado  nada comparable a semejante manjar.

Cuando llegó el postre le hicieron " la del cumpleaños"; les habían dicho a los camareros que era su anniversaire y cuando llegó el momento del postre todo el personal del restaurante  rodeó la mesa para felicitarla.
El resto de comensales la miraban afectuosos mientras Amanda sonreía concentrándose forzosamente en no desaparecer.
Cuando paro el cántico y sopló las velas, Rashim sacó un enorme paquete de debajo de la mesa.
Amanda lo abrió sorprendida, era una super fondue, ¡una de las de verdad!
Se le llenaron los ojos de lágrimas y las tres copas de vino exaltaron sus emociones cuando les dijo que eran los mejores amigos que una podía tener.

La dejaron en el hotel poco después d emedianoche, con intercambios de teléfonos, direcciones, y promesas de visitas y de volverse a ver; pero no sin antes obligarla a tirar sus viejas converse al Sena. - Las hemos visto asomar en tu bolso, y además huelen fatal. ¡No es digno de una posh!

Cuando por fin se durmió lo hizo feliz, sonriendo,  con las ventanas abiertas, dejando entrar en su habitación el olor de la calle, los ruidos y las voces de la gente que la recorría.
Durmió en París.
Con París.

Al día siguiente, tras desayunar ,cogió el shuttle al aeropuerto, esta vez con el conductor del turno de mañana, mucho menos simpático que Rashim.

Durante el trayecto se despidió de París y le prometió que volvería, y cuando pasaron junto al Sena les recitó una triste oda a sus zapatillas, imaginándoselas, tras todos estos años juntas, ahogadas en el fondo del río.

En el avión durmió todo el vuelo, evitando cualquier contacto con otros pasajeros, no fueran a recordarla, y al llegar se dirigió directamente a la salida con su grande y verdadera fondue en la mano, y en los pies, unos zapatos que la hacían por lo menos diez centímetros más alta.
Pasó por al lado de la cinta rodante sin detenerse, (algo bueno tenía el que se hubiera extraviado su maleta).

Al cruzar la puerta de llegadas se encontró con su amiga, que la esperaba con una caja de bombones que Amanda pudo ver eran de su confitería favorita.

Intentó hacerse la enfadada pero ya no lo estaba, y notaba que Marta estaba aguantando la risa al verla con esa pinta. En unos tacones, ella, la eterna teenager.
- Bonita camiseta- Le dijo antes de abrazarla.
-En realidad es tuya- Contestó Amanda mirando las letras fluorescentes de su camiseta anti capullos.
- ¿ Sabes que pareces Jar Jar Binks caminando con esos tacones, ¿verdad?
Amanda se apartó de su amiga y le arrebató la caja de bombones.
- Más te vale que sean de los que me gustan, hoy no me vendo tan fácil.
- ¿Chocolate y avellana?-  Preguntó Marta sonriendo.
Amanda asintió.
-Y así, señores, fue como Amanda cambió su perdón por una caja de bombones - Dijo simulando una voz en off en exclusiva para sus queridos telespectadores.
- Jajaja, y por un viaje a París, ¡que no se te olvide!

- No... Eso no se me olvida. Ahora te cuento todo, que es largo... Podemos cenar fondue.