sábado, 28 de diciembre de 2013

¡ Cierra los ojos y pide un deseo!


¡Cierra los ojos y pide un deseo!

¡Qué de veces hemos escuchado esta frase a lo largo de nuestras vidas! ¿De verdad a alguien se le ocurre algo que pedir en ese momento? A mí me puede la presión. A no ser que lo lleve pensado de casa, nunca se me ocurre algo concreto que pedir, me rondan la cabeza varias cosas pero nunca hay una mejor que otra así que al final siempre pienso en la misma frase: “quiero ser feliz”. Es como una pequeña trampa que le hago a quienquiera que sea el que se encargue de estos tinglados, porque concederme la felicidad eterna lleva implícitos un montón más de deseos. Todos los que se me vayan ocurriendo.

Pienso que quienquiera que sea el que cumple lo que uno desea (sin haberlo planeado me ha salido un pareado) se ha dado cuenta de mi trampa, porque lo pone todo en mi contra a la hora de pedir un deseo. En serio. Pedir un deseo me resulta dificilísimo.

Parece fácil, pero no lo es.

Se te cae una pestaña, la pones en la yema de un dedo, cierras los ojos, pides tu deseo y soplas. Fácil, ¿no? Y una mierda. Mis pestañas siempre se quedan pegadas en el dedo aunque sople cien veces, a las flores esas blancas nunca se les vuelan todas las pelusitas con un soplido, y a ver quién es el campeón que consigue apagar todas las velas de una… sobre todo con esas nuevas que hay, que se encienden solas en cuanto ven que ya te has dejado los pulmones.

El otro día estaba con mis amigas jugando con un globo (todas licenciadas, rozando el cuarto de siglo) y a alguna se le ocurrió la brillante idea de llenarlo de deseos y soltarlo al cielo para que se los llevara. Bien, el globo quedó enganchado en un árbol justo encima de nuestras cabezas.

No dije nada pero pienso que igual fue culpa mía. Por intentar engañar al cumple-deseos. Es algo que tenemos él y yo entre manos hasta que decida qué es lo que quiero y deje de pedirle ambigüedades (por supuesto aunque intenté pensar en algo más original acabé pidiéndole al globo ser feliz. Menuda imbécil).

No sé desde cuando me pasa esto con los deseos, me preocupa de verdad. Puede que lleve mil deseos desperdiciados en mi vida, pero es que nunca he sabido lo que quiero. Me alucina que la gente lo sepa, ojalá yo tuviera las cosas claras. Eso de: si te toca la lotería ahora, ¿qué harías? No funciona conmigo. Supongo que gritaría y bailaría como una loca con el boleto en la mano. Y ya. Yo qué sé.

Mientras mirábamos el globo atrapado en el árbol con todos nuestros deseos pensé que no me extrañaba nada que se hubiera quedado allí.

Me vino a la mente la imagen de cientos de globos en el cielo. Los solíamos soltar en el colegio el día de la paz. Al principio soltábamos palomas, pero después de unos años las sustituyeron por globos blancos. No era tan emocionante, pero se te encogía el corazón viendo aquellos puntitos blancos elevarse lentamente en un cielo sorprendentemente azul para un 31 de enero.

Siempre había algún globillo que se desviaba y acababa enganchado en un árbol o tejado vecino, y ahí era inevitablemente donde iban a parar mis ojos. Cómo no.

Por eso me acorde de aquello viendo este pobre globo atrapado.

Estoy segura de que si suelto un globo al cielo en medio del océano cae un rayo y lo pincha, o salta un tiburón y se lo traga, o pasa justo por allí una corriente de aire que se forma cada cien mil años y lo lleva para el fondo del mar en lugar de hacia el cielo.

El caso es que he empezado a pensar que igual no se me ocurren deseos o se me truncan las “pedidas” porque en realidad no necesito nada.

Puede que la vida conmigo haya sido como un cumple deseos permanente: tengo todo lo que necesito. Nunca me ha puesto un obstáculo que no pudiera superar. Claro que puedes pedir aprobar un examen, que fulanito te pida salir, encontrarte cincuenta euros en el suelo… pero eso no son deseos de verdad. Así que lo he decidido: voy a ceder mis deseos.

Le doy vía libre al cumple-deseos para que los lleve todos a los sitios donde los necesiten de verdad. A partir de ahora cuando se me caiga una pestaña la voy a dejar desaparecer entre mis dedos, siempre que sople las velas dejaré dos encendidas, y no pienso soltar un globo si no hay un árbol cerca.

A lo mejor se pone de moda.

A lo mejor en vez de soltar los globos al cielo los enganchamos a los árboles.

¿Os imagináis? Árboles llenos de globos.

Árboles de los deseos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario