sábado, 21 de diciembre de 2013

Chin Chin

Hoy he vuelto a casa por el mismo camino de siempre, al salir de clase, a la misma hora.
Y no la he visto.
A la señora de los pájaros.
Todos los días la encuentro en el mismo rincón; un metro verde escondido entre los edificios del barrio, tirando al suelo pedazos de pan. Completamente rodeada por gorriones y palomas.

Suelo pasar muy despacio por su lado, y no porque quiera ver como sale de ese círculo de aves sin pisar a alguna (que también) sino porque un día, que se me habían olvidado las llaves y tuve que quedarme a esperar a que llegara el portero, la escuché poner a los pájaros al día de un millón de temas, desde la trama Gürtel hasta los grupos de Champions, pasando por Teruel.
Un monólogo con sus pausas para publicidad y todo.
Ya me contarán lo que importa  en el mundo aviar la crisis económica o si Isabel Pantoja va a ser abuela, pero la verdad es que a mí me dejó fascinada.
Desde entonces me intriga de sobremanera esa mujer.
Siempre me digo que algún día pararé y le preguntaré sobre su vida. Que averiguaré por qué viene todos los días a darles pan a las palomas. Hasta los domingos.

Subí las escaleras pensando en ella. ¿Por qué no habrá venido hoy? Ha tenido que pasarle algo. A lo mejor  no vuelve.
Tendría que haber hablado con ella.
El día anterior me había saludado. Pero es que iba con prisa.
Siempre con prisa.
Siempre posponiendo.
Así se nos va la vida.  Por qué no aprenderemos.

Cuando escucho la palabra posponer inevitablemente me acuerdo de una profesora del colegio a la que siempre engañabamos para cambiar los exámenes.
No te matabas a estudiar el día previo porque en el fondo sabías que la mañana siguiente cuando la profesora entrara por la puerta con el sobre de los controles alguien diría :
 - ¡POSPONLO MARÍA!
Sabías que entonces todos aplaudirían, ella sonreiría y accedería a pasarlo al día siguiente después de un par de negativas remolonas.
Así era que sacábamos tantos sobresalientes. Inyecciones en la media de nuestros expedientes académicos.


Es curioso que la mente recuerde unas cosas para siempre y otras las borre completamente. ¿Cómo se decide lo que se queda o lo que se va? Es algo en lo que no tenemos ni voz ni voto. Pues vaya.

El caso es que he estado pensando en pequeños detalles de las personas que se te quedan grabados. en cómo hay objetos, situaciones o palabras que te recuerdan a alguien. A veces incluso a alguien con quien no has cruzado palabra.
Como los lunares.
Siempre que veo algo de lunares me acuerdo de un hombre con el que compartí un viaje en tren. Iba elegantemente vestido con un traje oscuro,y con un engominado que ni Mijatovic en su mejor día,  pero cuando se sentó en frente de mi pude ver asomar por debajo de su Armani unos calcetines de lunares rojos. Se me escapó una sonrisa.
Lunares.
De qué cosas se acuerda uno, en realidad.

Estupideces.

¿Grandeces?

Ya está aquí la Navidad, tiempo de grandes cenas, comidas, compras. Tiempo de sonrisas, de personas alegres. Siempre me ha parecido que la gente es más amable en Navidad.
De emocionantes reencuentros.
Sobre todo tiempo de innumerables brindis.
¿Y por qué brindamos?
¡Chin chin! ¡Salud!
Solemos decir " Por nosotros".
Pues ahí está: Por nosotros.
Por vosotros.
Por ellos y por aquellos.
Por los que, por el motivo que sea, salen de casa cada día con una barra de pan para pájaros.
Por los que no necesitan perder algo o a alguien para darse cuenta del valor que tiene.
Por los que le ponen ganas.
Por los que viven con la nariz entre libros, o con las manos llenas de pintura.
Por los que llevan diez años con "el proyecto".
Por los alternativos, los músicos, los literatos, bailarines y artistas. Por las ratas de laboratorio.
Por los que siempre están perdiendo las gafas. Por los que no ven un carajo.
Por la gente que se agarra con fuerza a lo que quiere. Por la gente que sabe dejarlo ir.
Por la gente rebelde, insumisa, indomable.
Por los que no necesitan adentrarse "into the wild" para darse cuenta de que " Happiness only real when shared".
Por los que se pasan el día estudiando y se llevan los libros hasta para hacer la compra, no vaya a ser.
Por la gente que se sonríe a sí misma en el espejo.
Por las risas que sólo saben sacar los hermanos.
Por los que abrazan tan fuerte que hacen que estén de más las palabras.
Por la gente que se ríe de sus problemas. Que sabe que no posee el monopolio del sufrimiento terrenal.
Por los que tienen claro que si te vas muy al este acabas en el oeste.
Por los que disfrutan del desayuno aunque saben que llegan tarde.
Por la gente que te mira y te dice que quiere verte feliz.
Por los despistados.
Por los que cuentan historias.
Por los que disfrutan como nadie de un bostezo, abriendo la boca tanto como pueden.
Por la gente obcecada. Por ese que no agacha la cabeza ni para recibir una merecida colleja.
Por los que dicen cosas como: ¡Que no es un pato, que es un cormorán!.
Por la gente que conduce pegada al volante, aun con siete años de carnet.
Por los que bailan como si no los mirara nadie.
Por los que son como quieren ser.
Por la gente que da oportunidades.
Por los que ríen con ganas.
Por la gente que sabe (por experiencia propia o por darle la razón a Shakespeare) que "la vida vale cuando tienes el valor de enfrentarla".
Por la gente que se atreve. Que salta con los ojos abiertos.
Por la gente que pierde el norte, el sur, el este y el oeste.
Por los que no se preocupan demasiado.
Por la gente que se cae y se levanta. Por la gente a la que tiran y se levanta.
Por los antisistema. Por los que brindan con agua.
Por los que sueltan la mano porque prefieren los "ciento volando". Porque en realidad saben que es mejor lo bueno por conocer.
Por la gente que le gusta a Mario benedetti, sobre todo esa "capaz de entender que el mayor error del ser humano es intentar sacarse de la cabeza lo que no sale del corazón".
Por la gente original, que hay poca.
Por la gente que tiene un refrán para todo...
Bueno, no tengo muy claro si brindar por esos, a nadie le suelen gustar...
Cuando estaba en el colegio, en primero o segundo de primaria, una vez nos mandaron como deberes para el día siguiente llevar un refrán.
Me pasé la tarde entera detrás de mi madre repitiendo una y otra vez con la característica insistencia que sólo saben mantener los niños:

- Mamá dime un refrán. Mamá dime un refrán. Mamá dime un refrán...

No sé cuantos tirones de falda espero mi madre para darse media vuelta, pero cuando lo hizo me miró y dijo : " Niño refranero, niño puñetero."

Recuerdo que entonces no me hizo ninguna gracia, pero ahora que conozco mejor a mi madre tengo que reconocer que brindo por ello. Por ella.

En fin, con refranes o sin ellos, hay motivos de sobra para brindar. Pero yo no venía a eso, no.
Yo venía para decirte que sé que tienes cientos de miles de cosas que hacer hoy.
Que tienes que estudiar. Que contestar unos e-mails a tu jefe. Que comprar la cena. Que ir al banco.Que ponerle tiritas al mundo. Que te has cruzado con un viejo amigo pero que los dos ibais con prisa. Que me alegro de verte pero no me puedo parar que no llego.

Venía a decirte que para ti va el último brindis.
Para que pares un minuto.
Para que te detengas, respires y pienses si el lugar al que te diriges es al que quieres ir. Si es donde tienes que estar, donde deseas estar. Si te va a llevar al destino que quieres.

Para decirte que si no es así cojas aire, todo el que puedas, y grites con fuerza un - ¡POSPONLO MARÍA!.
Y te sientes a brindar.
Aunque tengas que retomar mañana.
Date un respiro.
Te lo mereces.
Es Navidad.

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